Él escogió una roca para su nueva creación... La encontró a la orilla del mar, bañada por sus aguas, tibia bajo el sol...
Amó la roca inerte desde la primera vez que la vio... Desconozco si en su mente sabía lo que hacía... Con sus finas manos cogió la roca y le dio forma día a día...
Talló sus emociones, sus anhelos, sus sueños... Talló en la roca sus caprichos, sus frustraciones, sus éxitos, su calma y su desvarío...
Él talló en el rostro su mejor sonrisa y creó unos ojos de mirada angelical... Talló ondeados cabellos que enmarcaran la faz de su amada roca.
Y le contó historias y acompañó sus amaneceres hasta el ocaso...
Pero la roca, aún con cuerpo de mujer... seguía siendo una roca, dura, fija, fría...
Las finas manos del artista acariciaron la obra hasta desangrarse... Su piel se tostó bajo el despiadado sol y su devoción se convirtió en rabia al no poder dar vida a su creación.
Y odió a su bella mujer, la odió con toda su fuerza y su obnubilada razón...
En sus antes angelicales ojos, talló ahora una perdida mirada, marcó su frente y maldijo su estrella por la eternidad.
Clavó el cincel en el lugar del corazón y dejó caer sus lágrimas allí... Creándole en secreto y, sin saber, un alma.
En su rabia y su dolor creó un alma a su bella mujer... Un alma triste, confundida, un alma herida...
Poco a poco vio incorporarse el cuerpo, otrora inerte, ahora cálido, desnudo, dorado... La vio alejarse en silencio, entre la arena y el mar, con la mirada perdida, con una maldición a cuestas...
Con una maldición como un castigo, como un dolor profundo, como una lágrima eterna, fluyendo siempre como manantial, fluyendo eternamente desde una roca...
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